Los Magníficos Aguirre

Diana González Ossio
Socia de la Sociedad Geográfica y de Historia "Sucre"

Ellos fueron no solo Magníficos o grandiosos o espléndidos. No tuvieron solo las medidas adecuadas para brillar en este mundo: lucidez, rancia prosapia y generosa nobleza que los convirtieran en emblemáticos y dignos, sino…tuvieron algo más.

Ellos formaron más bien una trinidad augusta de fuerte realeza. Tres para recordar -dirán los historiadores- tres para anotar en nuestra agenda se tendría que decir porque enero fija nuevas propuestas y remarca las recargas, esencialmente de los que quemaron sus naves no en busca del omnímodo poder como Hernán Cortez o de los delirios del amor como otros, sino de los que agotaron sus días buscando la perfección de una existencia simple como humanos.

El uno, el mayor, el primer Aguirre fue todo un tipazo. Fuerte, aguerrido, con el mostacho erguido y los ojos de profundidades abismales; apasionado como muy pocos, fue el hombre más poderoso de Cochabamba y uno de los creadores de la República de Bolivia. Bolívar lo había considerado especialmente como uno de sus pocos y entrañables amigos y por eso lo nombró Presidente de la Junta Municipal de esa ciudad. Luego, el Mariscal de Ayacucho ya en función de gobierno lo eligió Ministro de Estado y de ese gabinete fue el primer ciudadano boliviano en gestión gubernamental, que cimentó con argumentos valerosos a consolidar ante todo y sobre lo demás la soberanía de Bolivia. Sin duda su magnificencia fue hilada tramo por trama en base a la intensidad de su civismo; amó a la nueva república tanto que dispuso generosamente de su pecunio para favorecerla.

El otro, Miguel María de Aguirre, conocido por la enormidad de su riqueza fue un raro Magnífico. Simpático a pesar de su poder, de un impensable candor, amable con los unos y los otros, simple en sus amistades y tan fantástico con las mujeres que arrasaba con ellas en todas las galas a las que asistía, pero de una ternura inolvidable con los niños, los suyos y los de sus haciendas a los que no se cansaba de educar con sus cuentos; con sus historias. Tantas y tan vehementes que no fue casual, que el siguiente Aguirre con propiedad, tramara la mejor historia de este país.

La casona que lo albergó era enorme. Repleta de tapices, gobelinos franceses y espaciosos salones amoblados con gusto exquisito, pero también con una biblioteca fastuosa, y poco más lejos, un granero donde almacenaban los mejores frutos de sus incontables haciendas y allí, entre coles y maíces

Nataniel Aguirre, armado de sus libros favoritos, manzanas y bizcochos, imaginó un mundo inquieto; el nuevo, el suyo. Sin duda la nueva Bolivia armada por él no era un fetiche simple, no era para nada el armazón de fiestas cortesanas donde su familia era el centro de poder cochabambino y en rededor se movían los más oscuros intereses de clase y amarrados a éste, los de los partidos políticos. Tampoco, por cierto, podía constreñirse su imaginación al melancólico horizonte rural donde lo incierto estaba amarrado al desaliento y éste a la pobreza más devastadora. Por ello sólo le restó acodarse a la ficción más subversora, esa de la que le contó su abuelo y que le susurraba su libro de caballería más querido, esa con la que encontró el  valor de la autodeterminación como sinónimo de la libertad.

 Presumiblemente Nataniel germinó en ese tiempo su Juan de la Rosa y allí, en su granero, le dio inmortalidad al niño que irrumpe en la vida de todos los bolivianos con su tremendo amor por la patria.

¿Se necesita algo más que darle cuerpo y alma a un chico que cuenta y vive la independencia como cada uno de nosotros habría deseado vivirla?

¿Contar cómo los españoles cierran filas y armas sobre los restos de las tropas independentistas diezmada a cabalidad y cómo solo queda la ciudad resguardada por un débil grupo de mujeres?

¿Narrar el último aliento de la abuela ciega, muerta a sable gritando ¡Libertad!..?

 El tiempo, las colinas de San Sebastián y la memoria de los que nos debemos a este país bien sabemos que es suficiente para ser un Magnífico a cabalidad.

Pero hay más. El último Aguirre que quiere anotarse en esta lista de magnificencia recién se fue para el cielo.

Dicen casi todos, que un perfil de realeza solo se consolida con la muerte y, que como esta además de malvada es veleidosa, solo vasta una sonrisa de bienvenida de soborno para tenerla de aliada.

Quizá por ello, Joaquín Aguirre Lavayen entre al grupo con honores mayores, que en verdad se los merece. El último Aguirre nació también en Cochabamba en marzo de 1921 y murió el 7 de este enero. Era un soñador. También un caballero perfecto porque su lema fue no solo salvar a su dama de molinos inquietantes o de ogros de mentiras, sino más bien de perfilar sueños increíbles de justicia social. ¿Raro no? Un alquimista social que se mata por cambiar el plomo de nuestra sociedad disoluta y prevendalista en un precioso oro patriota y justiciero, esencialmente libre. “Sueños de un idiota” le dijeron cuando salió a lo público su idea de construir un puerto en la hidrovía Paraguay – Paraná.

 “Un estupendo visionario” después afirmarían en realidad una década después, en septiembre de 1988, cuando luego de un emprendimiento privado fue Puerto Aguirre el primer granelero de exportación de Bolivia, una increíble estructura fluvial que reduce en más del 75% los costos de transporte y que le permite el acceso libre al Atlántico y por esa vía, al mundo.

“Si no hubiéramos hecho Puerto Aguirre luego del colapso de la minería, no hubiéramos hecho la soya” dijo Joaquín socarrón un día. Y se reía. Sobre todo el fue alegre con su vida.

Fácil por la abundancia de mimos y regalos. Plácida porque al fin era un niño rico. Existencial, porque tuvo una educación generosa que lo llevó a graduarse en filosofía y literatura comparada en el Dartmouth College de E.U, postgrado en Stamford y pese a ello, a su retorno cumplir con trabajos en el oleoducto Camiri, Sucre, y Cochabamba. Fue también consejero de Desarrollo Económico en la presidencia de Banzer… empero, se reía. Joaquín Aguirre Lavayen, un fortachón risueño y testarudo construyó a sus 30 livianos años “Más allá del horizonte” una entusiasta y épica novela que narra la conquista del Perú y el descubrimiento del Amazonas. Lo acusan de plagio, pero el sólo responde con su segunda novela “Guano maldito” que más allá del título es una imperdible narración de un país que lo perdió todo. Literariamente asombró a todos por los matices risueños con que narra la imbecilidad de los gobernantes bolivianos que nunca se percatan de que pese a las calamidades de este mundo, este país todavía es digno y merece la alegría; la felicidad. Le siguen cronológicamente: “En las nieves rosadas del Ande”, “Adela Zamudio. Guerrillera del Parnaso”, “La patria grande de Bolívar”, “Guerra del Pacífico - Pacto de tregua con Chile” y “Puerto Aguirre, la historia de un sueño imposible”
 

Ciertamente prolífica fue su obra, pero también magnífica su alma, de la que traslucía seductor su increíble humanismo; esa venita de los Aguirre. Dúctil, amable y sencilla; bien valluna y tan frenética en  amores patrios como sólo suelen ser algunos… los que tienen la suerte de ser Magníficos.